La posada del Tiempo

En el corazón de Coscomatepec se levanta la Posada del Emperador... Un hotel donde personajes de la talla histórica de Benito Juárez y Maximiliano I dejaron su impronta entre estas paredes que hoy guardan leyendas y el paso de los siglos...


Manuel Ureste
A eso de las diez de la mañana y tras un viaje de pronunciadas curvas y algún que otro barranco de vértigo, me planto con un sonoro bostezo en el pueblo mágico de Coscomatepec.
Lejos de los atascos y de los claxon, el aire se respira puro, y el
sol, por fin, se decidió a dar una pequeña tregua a la densa neblina que se había apoderado de la vida cotidiana de este municipio de empinadas cuestas de camino empedrado y rincones llenos de historia y leyendas.
Desciendo por las escalerillas del camión y doy otro bostezo: señal inequívoca de que necesitaba un café de olla con urgencia. Sin leche ni nada. Puro café.
Me dirijo a los Portales, y allí, a un costado del Zócalo, desayuno un par de quesadillas de esas de maíz, hojeo en el diario la última actuación en la cancha de Cuauthémoc Blanco con los Tiburones Rojos, pago la cuenta y me dispongo a ir en busca de la historia sin saber, fíjate qué cosas, que ésta me estaba esperando a tan solo un par de cuadras camino arriba. Paciente y rebosante de sabiduría.

La calle, o mejor dicho la Avenida, se llamaba precisamente Benito Juárez. En el número 12 con esquina de Miguel Domínguez Loyo para ser exactos.
“Posada del Emperador”, leo en el cartel de la puerta de esta casa histórica construida entre los años 1822 y 1824 y llamada así en honor a los emperadores Moctezuma y Maximiliano I de Habsburgo. Empujo con cuidado y me encuentro con Silvia Álvarez, propietaria de “la casa” y encargada de restaurarla junto a su marido, Víctor Coria Dorantes.
Amablemente, y tras los saludos y presentación de cortesía, la anfitriona me invita a pasar a la recepción del hotel. Una vez en el interior, le echo un vistazo a la cristalera por la que se cuelan los rayos del sol y adivino un majestuoso patio tipo andalú, de esos con sus carruajes de la época de Emiliano Zapata y compañía, adornado con espejos y muebles franceses del siglo XIX que le daban un toque parisino.
“Oiga, me platicaron que acá se hospedó Benito Juárez. ¿Es cierto?”, le pregunto a doña Silvia mientras fotografío aquel viejo carruaje.
“Así es. El Benemérito se hospedó en esta posada...”, contesta ajustándose tantito los lentes de color oro mientras pasamos por un pasillo y me coloca con una sonrisilla justo delante de un mural inmenso de la pintora María Calderón. “Y estos otros también”.
Y era cierto. La posada había sido lugar de paso para “algunos otros” ilustres. Entre ellos Guillermo Prieto, el poeta mexicano por excelencia y ministro de Hacienda de Juárez; Francisco Gabilondo Soler, conocido como “Cri Cri”; el obispo de Tlaxcala, Luis Minive y Escobar; o nada menos que Maximiliano I, segundo emperador de México y del que se dice era hijo de Napoleón II. Su paso –explica doña Silvia mientras se frota las manos por el frío mañanero– data de 1864, tres años antes de que fuera fusilado en el cerro de las Campanas en Querétaro, y siete antes de que, curiosamente, el que fuera su sustituto al frente del país, el entonces perseguido presidente de la República, Benito Juárez, se hospedara también en este lugar reconstruido en la actualidad como Hotel Boutique.

Me doy satisfecho con la amplia explicación y sigo los pasos de doña Silvia, quien me dirige de nuevo al pasillo del patio para proseguir el tour por aquella posada de principios del Siglo XIX en la que, dicen, hay un túnel de hasta un kilómetro y medio que pasa por la calle principal de Coscomatepec que era usado para sacar a aquellas personas que eran perseguidas en la época de los conservadores. Por eso –explica la dueña de la posada– se la conoce como ‘la casa que tiembla’, “por el vacío que provoca el túnel en una de sus habitaciones”.


De extremo a extremo, recorremos las doce habitaciones de la posada. Cada una con el nombre del personaje histórico al que un día dio cobijo (están la Emperador Maximiliano, la Francisco Gabilondo Soler, la suite General Nicolás Bravo...) o con el nombre de lugares emblemáticos de la región, como la recámara matrimonial ‘Citlaltepetl’.
“Pues esta es la posada”, dice Silvia con un tono de que la visita estaba llegando a su fin. Sin embargo, aún quedaba algo por descubrir. De hecho “faltaba lo mejor”.
Y no mentía doña Silvia. Bajamos las escaleras y a mano derecha una puerta cerrada se interponía en el camino. “Aquí está... la joya de la casa”, me dice la doña con una sonrisa de oreja a oreja. “La habitación de Benito Juárez. El Benemérito de las Américas...”.
Y entonces, de pronto la puerta se abrió dando paso a un imponente rayo de sol que todo lo iluminó. Como si Juárez aún se hospedara allí y la historia nunca se hubiera marchado de aquella posada del tiempo.



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